#5:1 ISRAEL VS EL MISTERIO ESCONDIDO


#5:1 ISRAEL VS EL MISTERIO ESCONDIDO

Es preciso comprender que una vez que el Mesías fue rechazado y crucificado por su propia nación, Dios reveló al apóstol Pablo lo que la Escritura llama el «misterio», «encubierto desde tiempos eternos» (Romanos 16:25), y «escondido desde los siglos en Dios» (Efesios 3:9).

Este designio que existía en el corazón de Dios además de lo revelado en el Antiguo Testamento, era el de preparar una Esposa para su amado Hijo; Esposa que había de ser formada por la unión «en un solo cuerpo» (la Iglesia), de judíos y gentiles salvados, unidos por el Espíritu Santo a Cristo, su Cabeza glorificada en el cielo:
«Y él [Cristo] es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia»  (Colosenses 1:18-19).

 «Y [el Padre] sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo» (Efesios 1:22-23).

 «Que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio» (3:6).

«Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. … Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de la iglesia» (5:30, 32).

El Espíritu Santo dio principio al cumplimiento del designio divino en el día de Pentecostés, bautizando, en «un solo cuerpo» a los discípulos reunidos en el aposento alto.

Para que comprendamos mejor este asunto, conviene observar que, debido a que el Señor fue rechazado, quedaron sin cumplirse numerosas promesas del Antiguo Testamento referente a las BENDICIONES DEL PUEBLO DE ISRAEL y DE LA TIERRA EN GENERAL.

Citemos, por ejemplo, las profecías de Isaías acerca del reinado del verdadero Hijo de Isaí:
«Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién destetado extenderá su mano sobre la caverna de la víbora.< No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar.» (cap. 11:6-9).

El cap. 35 del mismo libro nos dice:
«Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. … La gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro.

Y Amós describe estas bendiciones con estas palabras:
«He aquí vienen días, dice Jehová, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleve la simiente…» (cap. 9:13-15).

Mientras que Miqueas añade: «Martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra». (cap. 4:3).

«La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová» (Habacuc 2:14).

Luego, en relación con la restauración de Israel en su tierra, testifica Isaías: «Y levantará pendón a las naciones, y juntará los desterrados de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro confines de la tierra» (cap. 11:12).
 «Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sión con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas …» (cap. 35:10).

Leemos además en Jeremías 23:5-6; Ezequiel 36:24, y Jeremías 31:10:
«He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra…»

«Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país»

 «El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño»

Observando atentamente estos pasajes y cotejándolos con otros semejantes, hallaremos que el cumplimiento de esas profecías, no es el resultado de la conversión del mundo por la predicación del Evangelio, sino de los juicios que precederán a dicha era milenaria.

Y no olvidemos que «hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley [esto es, de las Escrituras], hasta que todo se haya cumplido» (Mateo 5:18).

Así, al volver al cielo, el Señor dejó sin realizar, sin cumplir, dos series de bendiciones prometidas:
(1) Las que se relacionan con la Iglesia;

(2) Las que se relacionan con el pueblo de Israel, enteramente distintas las unas de las otras.

Para dar cumplimiento a la primera, vendrá el Señor no con los atributos de un Juez, sino como Isaac cuando salió al encuentro de Rebeca: como esposo lleno de amor (Génesis cap. 24).

En contraste, y para dar cumplimiento a la segunda serie de bendiciones, vendrá semejante a David, como poderoso conquistador, para tomar posesión de Su reino.

       En otras palabras, Jesús es el Esposo de la Iglesia y es el Rey de Israel.

La Palabra de Dios menciona dos fases distintas de la segunda venida de Jesucristo: dos estaciones —por expresarlo de este modo— del mismo viaje:

 Primeramente descenderá del cielo para arrebatar a Sus santos (o sea, a cuantos han depositado su fe en Él para ser salvos), y llevarlos arriba en las mansiones celestiales; luego, pasado un breve período, volverá con ellos con poder y gloria para establecer Su reino.

Tomemos un ejemplo para ilustrar esta parte del tema. Paseando por el campo cierta mañana, reparamos en un charquito de agua, lo evitamos y —sin pensar más en él— seguimos caminando. Unos días después, al pasar por el mismo lugar, el charco ha desaparecido, el agua ya no está: hasta las gotas que penetraron en la tierra se evaporaron. ¿Qué sucedió? Sencillamente que el sol, brillando con toda su fuerza, las atrajo a lo alto. Nadie las ha visto subir, y sin embargo ¡han subido! Semanas más tarde, notamos las mismas gotas, pero enteramente transformadas; son ahora hermosísimos copos de nieve, que suscitan la admiración de todos.

Amado lector, así será en breve. Jesús descenderá del cielo y en un instante surgirán del polvo los cuerpos resucitados de los que «durmieron» en Él, mientras que los que vivamos seremos transformados, para ascender juntos a Su encuentro.

Nada hay en la Escritura que nos haga suponer que los inconversos nos verán cuando seamos arrebatados. La repentina desaparición de todos los creyentes —redimidos por la sangre de Cristo— manifestará lo que ha pasado. «Enoc fue trasladado para que no viese la muerte; y no fue hallado, porque le había trasladado Dios» (Hebreos 11:5).
Es precisamente lo que sucederá con la Iglesia: casi secretamente arrebatada, volverá a aparecer en gloria con Cristo, cuando Él sea manifestado: «y todo ojo le verá» (Apocalipsis 1:7).

El mismo Señor presenta claramente estas dos fases de Su venida en el capítulo 25 de Mateo. En la parábola de las diez vírgenes describe un aspecto de la misma; y en la de las ovejas y de las cabras, el otro. En el primer símil, las vírgenes prudentes, con sus lámparas bien provistas de aceite, entran con el Esposo al lugar de las bodas; mientras que en el segundo, se ve al Rey salir para juzgar.

       Fijémonos en éste contraste. En la primera parábola, los salvos (bajo la figura de las vírgenes prudentes) entran a las bodas, siendo llevados al cielo, mientras que malvados e incrédulos (las vírgenes fatuas), dejados en la tierra, quedan atrás para sufrir luego el juicio.

       En la segunda parábola, los malos son llevados al suplicio eterno, mientras que los justos son dejados en la tierra para gozar de las bendiciones del reino milenario.

En el primer caso, los santos entran y se cierra la puerta; en el segundo, el cielo está abierto y los santos salen.

Los capítulos 5, 6 y 19 del Apocalipsis relatan lo que se verificará en los cielos una vez que la Iglesia haya entrado allí. Los santos, representados por los veinticuatro ancianos, están sentados alrededor del trono; vestidos de ropas blancas y ceñidas sus frentes de coronas de oro, adoran —postrados delante del que está sentado en el trono— diciendo: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación…» En el cap. 19 leemos: «Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero». ¡Qué contraste más grande con lo que se describe en Mateo 25:11! En este pasaje del primer Evangelio, la Palabra nos hace oír el lamento de los que quedaron fuera; mientras que en Apocalipsis 19, percibimos los acentos de gozo triunfal de los que están dentro.

Estimado lector, ¿con cuál de estos dos grupos te hayas tú? Medítalo bien, ¡es una solemne pregunta de cuya respuesta depende tu condición eterna!
¿Perdido o salvo?,
¿Fuera o dentro?
¿Cuál es tu estado?
¿Dónde estás tú?

REFLEXIONA
Sabes, Apocalipsis 19:10 dice que Jesús es el espíritu de profecía. Todo el libro de Apocalipsis, todas las profecías bíblicas, exaltan a Jesús, Él es a quien DEBEMOS EXALTAR CADA DÍA, puesto que TU NECESITAS CONOCER a JESUCRISTO COMO SEÑOR Y SALVADOR. Porque, lo que se ha estado describiendo en ese terrible tiempo de tribulación de siete años, no será un tiempo en el cual nadie querrá estar vivo. Ahora, algunas personas dicen, bueno, ¿Esa es una válvula de escape para sacarte del problema? Sí, lo es, pero son los términos de Dios. Por su gracia, Él me ha dado la oportunidad de recibirle, a  Jesucristo, quien es exaltado en la profecía bíblica, y que vino a lavar todo pecado. es decir, Él murió en una cruz y tres días más tarde resucitó de entre los muertos. Su MUERTE en la CRUZ llevó la acta de PECADOS MIOS, pagando con el DERRAMAMIENTO de SU SANGRE, lavó y limpió mi pecado, y cuando Él RESUCITÓ de ENTRE los MUERTOS GARANTIZÓ, y es el único capaz de hacerlo. Ahora, siendo ese el caso, y si exaltamos a Jesús, tienes que aceptar lo que dice, has de  admitir que eres un pecador frente a un Dios perfecto, santo, puro. Él estableció las normas. Él envió a Su Hijo para eliminar el problema del pecado, tienes que confiar en Cristo, en Su MUERTE, SEPULTURA y RESURRECCIÓN. Y luego, así como todos nosotros lo hemos hecho, tienes que invocarle para que venga a tu corazón y vida y te salve. Eso es lo que hay que hacer antes de que todas estas cosas comiencen. Y YA NO HAYA MAS REMEDIO.

ORACIÓN
Padre, reconozco que JESUCRISTO murió por mis pecado, y en este momento, en ejercicio de mi voluntad, le recibo dentro de mi corazón, como mi único Salvador. Así mismo, Padre protégeme de cualquier idea, cosa o relación con una persona, que con lentitud me lleve al camino equivocado del apego y así entiviarme. Mantén mis pensamientos fijos más bien en todo lo que es verdadero, puro, amable, y digno de alabanza. Hazme ser muy sensible a las personas que hay en mi vida y a las influencias que ejercen sobre mis hábitos espirituales, emociones, mentales y físicos. Trae amigos genuinos y sabios a mi vida y disuelve cualquier lazo de apego con aquellos que pueden debilitar mi relación contigo. Sé que nada guarda mi corazón más que hacer tu voluntad.

Pastor Jorge Miranda S.