#4
EL CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO
Tiempo hubo en que la venida del Mesías como «Varón de
dolores» era todavía una profecía sin cumplir. Tras este vaticinio se fueron
sucediendo las generaciones; surgían y desaparecían; el reino de Israel (las
diez tribus) y más tarde el de Judá fueron destruidos, y sus habitantes
diseminados o llevados en cautiverio.
Sólo un residuo, unos pocos miembros de la tribu de Judá,
volvieron de Babilonia; pero el Mesías prometido no había aparecido aún. Vemos,
cuatro siglos después, que la gran mayoría de los que regresaron de Babilonia
se habían asentado confortablemente en Jerusalén, olvidándose casi por completo
de Aquel que había de venir.
"Pero cuando VINO EL CUMPLIMIENTO DEL TIEMPO, DIOS
ENVIÓ A SU HIJO, NACIDO DE MUJER Y NACIDO BAJO LA LEY, para que REMIESE a los
que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el
cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo,
también heredero de Dios por MEDIO DE CRISTO. Gálatas 4:4-7 RVR1960
De repente hubo una creciente agitación en la ciudad:
unos extranjeros, recién llegados, divulgaban la asombrosa noticia de que el
Rey de los judíos prometido hace mucho tiempo— había finalmente nacido.
Del palacio de Herodes, pasando por los sacerdotes del
Templo, la noticia se propagó con rapidez entre el pueblo. Pero:
¿Cuál fue el resultado producido por semejante
revelación?
¿Un cántico, o clamor unánime de alabanzas a Dios, por
haber por fin cumplido Su palabra, enviando al Mesías tanto tiempo esperado?
¿Irradiaba de gozo cada rostro?
¿Se estremecía de
alegría cada corazón? ¡Al contrario!
El cuadro que se nos presenta es muy distinto: «El rey
Herodes se turbó, y toda Jerusalén con él» (Mateo 2:3).
¿Por qué? Si hubiesen conocido algo de las Escrituras
tocante a la venida del Mesías, hubieran entendido el vaticinio del profeta
Isaías: «He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en
juicio. Y será aquel varón como escondedero contra el viento, y como refugio
contra el turbión; como arroyos de aguas en tierra de sequedad, como sombra de
gran peñasco en tierra calurosa» (cap. 32:1-2).
Ahora bien, aunque había en la ciudad una ingente
multitud de personas que se consideraban como «justas» ante Dios, muchos otros
estaban convencidos de no estar listos para presentarse delante del Mesías, el
Justo por excelencia; por consiguiente, lo que hubiera tenido que llenar el
corazón de agradecimiento y de gozo resultaba ser motivo de espanto y de
turbación.
Sin embargo, preparados o no, Cristo había venido; había
aparecido, no sólo como el Mesías de Israel, sino como el «Salvador del mundo»,
para revelar al Padre. Lo que aconteció después de este episodio es de sobra
conocido: odiado y despreciado por los mismos que venía a salvar, el Hijo de
Dios se encaminó al Calvario donde, clavado en el vil madero, murió por manos
inicuas. Pero al tercer día resucitó.
Cuando Dios envió a su Hijo unigénito a este mundo,
cumplió las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob. Por su parte, al condenar
a Jesús, los judíos cumplieron las palabras de los profetas acerca de los
sufrimientos del Salvador: «Porque los habitantes de Jerusalén y sus
gobernantes, no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas que se leen
todos los días de reposo, las cumplieron al condenarle … Y nosotros — prosigue
el apóstol— también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a
nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros,
resucitando a Jesús …» (Hechos 13:27, 32-34).
Poco antes de Su muerte, el Señor —Objeto de las
promesas— dejó también una promesa. Tras haber salido el traidor del aposento
alto, y rodeado de Sus discípulos, Cristo les muestra la terrible sombra de la
cruz que iba alargándose sobre ellos. ¡Qué momento más solemne! Imaginemos el
dolor reflejado en el rostro de los discípulos al inclinarse hacia el Maestro
amado para escuchar Sus palabras de despedida: «No se turbe vuestro corazón,
creéis en Dios, creed también en Mí». Es como si hubiera dicho: «Habéis creído
en Dios sin haberle visto; ahora, cuando ya no me veréis, seguid teniendo igual
confianza en Mí.
Dios os hizo una promesa, anunciándola por boca de los
profetas, y la cumplió fielmente al enviarme. Yo asimismo os hago una promesa,
y tened confianza en que también la cumpliré.»
¿Cuál es, entonces, esta nueva promesa? Leyendo
atentamente el Evangelio según Juan, cap. 14, la hallaremos entre los primeros
versículos: «En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os
lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os
preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo
estoy, vosotros también estéis» (vv. 2-3).
No hay el menor motivo para suponer que la «venida»
mencionada por el Señor en estos versículos aluda a la «muerte»; creerlo sería
cometer la peor de las equivocaciones.
Tomemos un ejemplo para ilustrar la diferencia entre
ambas cosas. Un padre amante y cariñoso lleva a su hijo a una ciudad lejana
donde, por mucho tiempo, el joven tendrá que vivir solo. Al separarse, el padre
comprende la lucha interna de su hijo para reprimir sus lágrimas, y le consuela
diciendo: «Ten confianza, hijo mío, ahora tengo que dejarte, pero vendré el
primer día de vacaciones y nos iremos juntos a casa.» ¿Cabe suponer que el
joven haya tenido la menor duda acerca de la promesa hecha por su padre?
Pues bien, del mismo modo, las palabras que el Señor
dirigió a sus discípulos desconsolados no pueden prestarse a equivocación
alguna. No dijo: «ahora voy al cielo, vosotros moriréis, y después de esto os
reuniréis conmigo», sino: «vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo».
En cuanto a los creyentes que duermen en Cristo, la
Escritura dice que se han ausentado del cuerpo para estar «presentes al Señor»
(2 Corintios 5:8). Mientras que cuando se trata de la vuelta del Señor, en vez
de «estar ausentes del cuerpo», o de «ser desnudados» de nuestra casa
terrestre, leemos que seremos «transformados»; y en Filipenses 3:21, que el
Señor «transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante
al cuerpo de la gloria suya». En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al
sonar la última trompeta, los muertos en Cristo resucitarán primero, y los que
vivimos seremos transformados.
Vemos por lo tanto que la venida o regreso del Señor no
debe confundirse con la muerte: es exactamente lo contrario de ella; es la
aniquilación o abolición de todo cuanto ha hecho la muerte —desde que entró en
este mundo— en los cuerpos de los que son hijos de Dios; será el triunfo definitivo
de Cristo sobre la muerte, victoria que compartiremos todos los que somos
suyos.
REUNIR
TODAS LAS COSAS
"dándonos a conocer el misterio de su voluntad,
según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de REUNIR TODAS
LAS COSAS EN CRISTO, en la DISPENSACIÓN del CUMPLIMIENTO de LOS TIEMPOS, así
las que ESTÁN en los CIELOS, como las que ESTÁN en la TIERRA. (ESTAMOS EN EL
PROCESO DE QUE ESTO SUCEDA) En él
asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito
del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, a fin de que
seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en
Cristo. En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con
el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la
redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Efesios 1:9-14 RVR1960
LEA LOS
SIGUIENTES SUBTEMAS, EN EL SIGUIENTE ORDEN:
#: 4:1 Señales Mat 24
#: 4:2 Imperios Mundiales
#: 4:3 Historia de Guerras
#: 4:4 Factor Petróleo
REFLEXIONA
Sabes, Apocalipsis 19:10 dice que Jesús es el espíritu de
profecía. Todo el libro de Apocalipsis, todas las profecías bíblicas, exaltan a
Jesús, Él es a quien DEBEMOS EXALTAR CADA DÍA, puesto que TU NECESITAS CONOCER
a JESUCRISTO COMO SEÑOR Y SALVADOR. Porque, lo que se ha estado describiendo en
ese terrible tiempo de tribulación de siete años, no será un tiempo en el cual
nadie querrá estar vivo. Ahora, algunas personas dicen, bueno, ¿Esa es una
válvula de escape para sacarte del problema? Sí, lo es, pero son los términos
de Dios. Por su gracia, Él me ha dado la oportunidad de recibirle, a Jesucristo, quien es exaltado en la profecía
bíblica, y que vino a lavar todo pecado. es decir, Él murió en una cruz y tres
días más tarde resucitó de entre los muertos. Su MUERTE en la CRUZ llevó la
acta de PECADOS MIOS, pagando con el DERRAMAMIENTO de SU SANGRE, lavó y limpió
mi pecado, y cuando Él RESUCITÓ de ENTRE los MUERTOS GARANTIZÓ, y es el único
capaz de hacerlo. Ahora, siendo ese el caso, y si exaltamos a Jesús, tienes que
aceptar lo que dice, has de admitir que
eres un pecador frente a un Dios perfecto, santo, puro. Él estableció las
normas. Él envió a Su Hijo para eliminar el problema del pecado, tienes que
confiar en Cristo, en Su MUERTE, SEPULTURA y RESURRECCIÓN. Y luego, así como
todos nosotros lo hemos hecho, tienes que invocarle para que venga a tu corazón
y vida y te salve. Eso es lo que hay que hacer antes de que todas estas cosas
comiencen. Y YA NO HAYA MAS REMEDIO.
ORACIÓN
Padre, reconozco que JESUCRISTO murió por mis pecado, y
en este momento, en ejercicio de mi voluntad, le recibo dentro de mi corazón,
como mi único Salvador. Así mismo, Padre protégeme de cualquier idea, cosa o
relación con una persona, que con lentitud me lleve al camino equivocado del
apego y así entiviarme. Mantén mis pensamientos fijos más bien en todo lo que
es verdadero, puro, amable, y digno de alabanza. Hazme ser muy sensible a las
personas que hay en mi vida y a las influencias que ejercen sobre mis hábitos
espirituales, emociones, mentales y físicos. Trae amigos genuinos y sabios a mi
vida y disuelve cualquier lazo de apego con aquellos que pueden debilitar mi
relación contigo. Sé que nada guarda mi corazón más que hacer tu voluntad.
Pastor Jorge Miranda S.